Escritora de la realidad

Soy periodista para escuchar historias.

De niña no usaba micrófonos camuflados como peines para entrevistar personas ni soñaba con tener encima los reflectores televisivos para hacerme famosa en horario estelar. Solo escuchaba y me asombraba. Esperaba las horas de almuerzo para escuchar las historias de mi padre, 60 años mayor que yo, sobre la vida de un niño en una Lima de los años 20 o los tres terremotos que vivió y cómo vio gente morir mientras él corría por su vida. Esperaba los fines de semana para escuchar las historias de mi abuela materna, 50 años mayor que yo, sobre la vida de un pueblo rico de gente pobre en la sierra norteña del Perú o sobre cómo mi abuelo la secuestró en un caballo cuando ella solo tenía 14 años.

Estas historias las escuchaba una y otra vez, hasta memorizarlas, hasta hacerla mías, hasta sentir el viento que un papá de cinco años dejaba al correr por las quintas del centro de Lima , hasta escuchar la risa mustia de una abuela viuda de 18 años y con tres hijas. Ellos dos se convirtieron en las primeras fuentes de mi pequeña vida.

Soy periodista para presenciar historias.

Hay cosas que uno no puede creer hasta verlas. Hasta que te pegan en los ojos, hasta que incluso quieres cerrarlos para que no duelan tanto. Pero hay que abrirlos.

La misión de los que tenemos que ver la realidad para contarla es no evitar ningún detalle. Uno de los momentos más feroces de mi vida periodística fue el terremoto de Chile del 2010. En ese país, la muerte madrugó a la 1 a.m. de un sábado de febrero, el 27. Llegué un día después al epicentro, luego de un viaje de más de un día por tierra desde el sur peruano. A la derecha, puentes caídos en la carretera. A la izquierda, gente con fogatas improvisadas y carteles pidiendo agua. Cuánto más uno manejaba hacia el centro del desastre, a Concepción, la destrucción se tornaba más descarnada, más violenta, más animal.

Al quinto día en Chile, tenía tatuada la desolación. Descubrí la ferocidad del mar, de ese mar en el que me remojaba los pies de niña, a quien a veces provocaba con maromas y que se llevó todo lo que esa gente tenía, incluso a ellos mismos. Me atropelló la desesperación, esa que obligaba a las personas a saquear tiendas para poder comer. Me encontré con la bondad también. Todo lo miraba con asombro, esa turbación que alegraba, que entristecía y que aterraba. Era la vida misma.

Soy periodista para sentir historias.

Durante estos seis años de periodista, he reaprendido a vivir. Sentir es más que un recurso romántico. Es impresionarte con algo que te cuentan o llorar cuando hay que hacerlo. Un reportero, y más aún, un escritor de la realidad, no puede reprimir sus sentimientos en su trabajo. Para mí, eso es incongruente con este oficio. Por eso en mis crónicas y reportajes, siempre comienzo con una sensación. Necesito recrear con alguna figura el exacto escenario que yo viví cuando estuve ahí, ya sea a casi 4 mil metros y a 15 grados bajo cero en el Altiplano, sobre una raquítica barca en las agitadas aguas del río Amazonas o escuchando la enervante alerta de tsunami en las orillas del mar chileno, tres días después de un terremoto. Cada viaje es un desafío para sentir la historia del otro, sobre todo de aquel que no puede contarla.

Soy periodista simplemente para escribir historias.

2 Respuestas a “Escritora de la realidad

  1. ERES LA MEJOR PERIODISTA DEL MUNDO

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